Desde la época de la reconquista, perteneció este pequeño lugar, que en sus inicios fue simple alquería o caserío, a la Orden Militar de Calatrava. Cuando en 1199 el papa Inocencio III creaba esta orden, Berninches y el Collado ya figuraban entre sus pertenencias, que en esta comarca tenía su más fuerte enclave en el Castillo de Zorita. Fue el Collado el lugar de más importancia en la antigüedad, pues en su caserío breve descollaba una iglesia de alto campanario y una casa-fuerte para el comendador. Junto al Collado fueron creciendo los poblados de Berninches y la Golosa. De este último enclave ya nada queda sino escuetas ruinas de antigua iglesia románica, sobre la meseta alcarreña. Se sabe que una peste terrible, en los finales del siglo XIV, la dejó reducida a tan solo cuatro habitantes, que se bajaron a vivir a Berninches. Este pueblo fue paulatinamente creciendo bajo el señorío y cuidados de los comendadores del Collado, y de la Orden de Calatrava. Aun cuando en el siglo XVI las órdenes militares pasaron a depender de la Corona, los títulos de encomiendas se siguieron otorgando, y así desde ese siglo vemos a altos personajes y nobles de la corte exhibiendo, ya juntos, los títulos de comendador del Collado y de Auñón. Uno de los que lo tuvieron fue el mayorazgo de los Guzmán de Guadalajara. A finales del siglo XV o principios del XVI, Berninches consiguió el título de Villa por sí, con jurisdicción propia, aunque siguió en el señorío, a efectos de vasallaje e impuestos, de los maestres y comendadores de Calatrava. En 1472, el rey Felipe II, que ya había enajenado de órdenes militares y místicas grandes tierras y posesiones, vendió la villa de Berninches (y la de Auñón) a su tesorero general, a la sazón marqués de Valdaracete, don Melchor de Herrera. Poco después le concedió el título de marqués de Auñón, que ya quedó en posesión de la familia Herrera. La posesión del Collado, prácticamente en ruina total durante el siglo XVI, fue adquirida entonces por don Pedro Franqueza. Pero estas posesiones fueron traspasadas, en 1614, a don Luis de Velasco, marqués de Salinas y presidente del Real Consejo, en cuya familia, y mayorazgo que fundó tres años después, quedó todo este territorio, -Berninches y su término- hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX. Sus señores cobraban las tercias y alcabalas, ostentando el señorío; ponían alcaldes, regidores y alguacil el día de San Miguel de cada año, durando el cargo hasta el año siguiente.
Tiene Berninches un aspecto encantador, con muy cuestudas callejas de irregular trazado, en las que destacan algunos ejemplares notables de arquitectura popular típica de la comarca alcarreña. Rematando por el norte la gran plaza mayor, destaca la iglesia parroquial, dedicada a la Asunción de María. Es obra del siglo XVI en su segunda mitad, quizá iniciada a instancias y con ayuda de su señor, el tesorero real Herrera. De fuerte mampostería de piedra caliza, en muchos lugares, especialmente basamentos, esquinas y torres, utiliza el sillar bien labrado. Se.asciende hasta el descubierto atrio que la precede, por una escalinata de triple tramo desde la plaza mayor. La portada está orientada al sur, y muestra un empaque de severo clasicismo, con pilastras semicilíndricas adosadas, sobre pedestales, y rematando en friso abultado y moldurado con profusión. El interior es de tres naves, separadas por gruesos pilastrones con resaltes de ornamentación plateresca, que se unen por arcos semicirculares también decorados. A los pies del templo se alza el coro alto, que apoya sobre un artesonado del siglo XVI de tradición mudéjar, cobijando bajo él la pila bautismal, románica, que dice procede de la Golosa. El fondo de la nave mayor, sobre el muro del poco profundo presbiterio, se alza el gran retablo mayor, obra sencilla del siglo XVII, con un gran lienzo en su centro representando la Asunción de la Virgen, y a sus lados sendas tallas de San Pedro y San Pablo, rematando todo el conjunto con un buen Calvario de talla. Entre los otros altarcillos barrocos del templo, destaca el del cristo de la Agonía, obra barroca de generosa decoración, sin dorar, mostrando columnas y frisos cuajados de pámpanos y rosetas, y arriba un ancho mascarón en que se ve tallado a Dios Padre. Una leyenda dice que fueron don Juan Fernández Ropero Salzedo y doña Catalina Ramiro y Calahorra su mujer, en 1728, los que sufragaron la realización de este altar. Nada mas ha quedado, de obras de arte o archivo, en esta iglesia. Es de gran interés en su término el del Collado, hoy casi devastado por el nuevo trazado de la Carretera de Cuenca. Se encuentra en la orilla derecha del río Arlés, entre Berninches y Alhóndiga, en una anchurosa explanada, donde llega la rambla de la Golosa, y entre antiquísimos nogales: allí se alza la iglesia que mandaron construir los caballeros calatravos en el siglo XIII o quizás en el siguiente. Sus muros están aún en pie, y en ellos destaca la puerta principal de acceso, al sur, formada de gran arco apuntado con archivoltas de arista viva, así como otra puerta más pequeña, en el muro norte, también formada por arco apuntado orlado de dentellones. En este muro norte hay tres fuertes botareles que sustentan la masa pétrea, y en poniente y sur se abren algunos ventanales aspillerados, semicirculares. A levante se muestra el ábside semicircular, también con buen ventanal de arco abocinado en su centro, con alero de piedra sujeto por modillones lobulados y de arista. El interior es de una sola nave, con techumbre de bóvedas nervadas. El acceso al presbiterio se hace por gran arco triunfal, semicircular, apoyado en sendos capiteles de tema vegetal, y el ábside al fondo se cubre por bóveda de cuarto de esfera. Un pequeño retablo en el que luce una hermosa imagen tallada y polcromada de Santiago ?matamoros?, obra de comienzos del siglo XVII, preside aún este templo. Junto a él se levanta la reconstrucción, obra del XVIII, del palacio o alquería de la Encomienda del Collado.