Este lugar de Castilnuevo aparece mencionado en antiguas crónicas aragonesas, que afirman fue ocupado por el real de batalla de Alfonso I de Aragón en su definitiva presencia conquistadora del territorio molinés. Quizás desde aquí, una legua río arriba de Molina, cercó o acechó a la ciudad del Gallo. De este modo afirmaba el interés estratégico que luego, siglos después, fue confirmado por los señores molineses, cuidando al máximo este enclave. En el Fuero que concede don Manrique de Lara en 1154 también se menciona Castilnuevo como señalado enclave fuerte de su recién creado dominio. En el testamento de la quinta señora, doña Blanca de Molina, aparece también citado el lugar, y protegido. De tal modo que siempre se retuvo, como la capital del Señorío y el castillo de Zafra, en poder de los Lara y luego de los Reyes de Castilla. En 1363, el rey Pedro I el Cruel, atento a ganar voluntades de los nobles de su reino, en la difícil lucha establecida con su hermanastro Enrique donó el lugar y fortaleza de Castilnuevo a don Iñigo López de Orozco, poderoso magnate dueño de grandes dominios en lo que hoy es provincia de Guadalajara. De este modo, fortificaba con su poderío la frontera con Aragón, tan cercana y tan batida en esa época. A la muerte de Orozco, Castilnuevo pasó en herencia a sus cuatro hijas Teresa, Mencía, María y Juana. Don Pedro González de Mendoza, casado en segundas nupcias con Teresa López, la mayor de ellas, compró a sus cuñadas las partes que le habían correspondido, y así quedó en poder único del Mendoza primero que asentó y se hizo fuerte por Alcarrias y Serranías de Guadalajara. Don Pedro lo dejó en herencia a sus hijos doña Mencía (casada con don Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli) y don Iñigo Hurtado, dejando incluso una parte de los derechos en el mayorazgo, que ostenta don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla. Ambos tres declinaron sus derechos en su hermana Elvira, en 1380, a quien se lo dieron en dote por matrimonio. Tras varios pleitos, en que ésta quiso vendérselo o cederlo a don Juan Ruiz de Molina o de los Quemadales, el ?caballero viejo?, y sus hermanas impedirlo, vino al fin a manos de don Iñigo Hurtado de Mendoza, el creador de la rama de ?los Mendoza de Molina?. Heredó Castilnuevo su hijo Diego Hurtado de Mendoza, junto a la alcaidía del alcázar molinés. Este fue primer conde de Priego, por merced de Enrique IV en 1465. Este caballero sostuvo largas y enconadas luchas con el caballero viejo Juan Ruiz y sus hijos, por cuestiones de señorío sobre El Pobo, con pleito casi secular que, en ocasiones, se resolvió en lucha armada, teniendo por intérpretes a los castillos de Embid y Castilnuevo. Este enclave, sin embargo, permaneció en poder de los condes de Priego hasta el siglo XIX. Es de reseñar también que este lugar figura, con toda probabilidad, en una de nuestras más señaladas piezas literarias cual es el Quijote de Cervantes. En la aventura de la ?ínsula?, el castillo de los duques y las diversas peripecias que en él ocurren, pueden identificarse aquí, en Castilnuevo, lugar que el autor conoció personalmente, así como a sus señores, y consideró que podía servirle de base a su graciosa y significativa peripecia.
El viajero podrá admirar aún la recia estampa del antiguo castillo, aunque ha quedado ya desfigurado por sucesivas reformas. Está enclavado en un altozano sobre el valle, y en principio, tuvo una barbacana o recinto exterior, prácticamente desaparecida. Esta se aprecia mejor frente a su fachada, en el muro norte: son arcos dobles, y la puerta se halla flanqueada por sobresaliente torreón seguido de un lienzo que corre hasta la recia y cuadrada torre mayor. Su aspecto es imponente, y, aunque luego fue utilizada como casa de recreo, meramente residencial, todavía puede el aficionado a castillos contemplar una silueta valiente y un rancio bastión de la Edad Media. El castillo se rodea de un caserío escueto, en el que abundan curiosos ejemplares de arquitectura popular, con edificios de viviendas, signos geométricos en sus fachadas, así como recintos para almacenamientos de productos agrícolas. En el extremo norte del poblado, algo retirada, se encuentra la iglesia parroquial que corresponde en su origen al momento mismo de la repoblación, y así muestra una estructura de una sola nave, con espadaña a los pies, y portada al norte, de traza semicircular, sencilla, con bolas talladas. El interior sólo presenta algún que otro retablo, popular y moderno, sin interés. En el término, además de los sotos que rodean el curso del río Gallo, rico en cangrejos y pesca, aparece el manantial denominado ?el Burbullón?, que arroja un caudal suficiente para doblar las aguas que lleva el Gallo hacia Molina.