Miedes De Atienza

Qué ver en Miedes De Atienza

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Foto: fotochicho

Ya existía Miedes en siglos muy remotos, y en la época árabe también, pues el ?Cantar del Mío Cid? la nombra y dice cómo Rodrigo Díaz de Vivar pasó a Castilla la baja por el angosto camino que guarda Miedes. Tras la reconquista de la zona por Alfonso VI, este pueblo quedó incluido en la jurisdicción de Común de Atienza, pasando en el siglo XIV al señorío del magnate castellano Iñigo López de Orozco, de quien heredó en 1375 su hija María López. Un siglo adelante aparece como señor de Miedes don Iñigo López de La Cerda y Mendoza, hermano del primer duque de Medinaceli, que-dando ya en el señorío de esta casa nobiliaria. Estando en posesión de doña Ana de la Cerda, casó esta señora con don Diego Hurtado de Mendoza, a quien los Reyes Católicos dieron, entre otros, los títulos de príncipe de Mélito, duque de Francavilla, marqués de Argecilla y conde de Miedes. En este condado de Miedes, se incluyeron desde un principio la propia villa de Miedes, y los lugares de Ujados, Hijes, Somolinos, Torrubia, Albendiego, Campisábalos y ambos Condemios. Todos esos títulos y lugares pasaron a la hija de estos señores, doña Ana de Mendoza y de La Cerda, que al casar con Ruy Gómez de Silva, tomó el título, con el que es más conocida, de princesa de Éboli y luego ambos obtuvieron el de duques de Pastrana, en cuyo estado, y luego en el del Infantado, siguió Miedes y su entorno hasta el siglo XIX, en que por su población e importancia fue catalo-gada como cabeza de partido judicial, cediendo más adelante tal prerrogativa en beneficio de Atienza. La población de Miedes durante los siglos XVI al XIX fue numerosa, y contó con gentes de la nobleza y algunos letrados. Un cura de la villa, en el siglo XVII, llamado Francisco Somolinos, fundó una cátedra de Gramática para los jóvenes del pueblo, siendo su primer profesor don Jerónimo de Cozar.

Cuenta Miedes con un caserío amplio y bien distribuido. Buenos ejemplares de casas, de arquitectura popular, y otros que son verdaderos palacios, de sillería, del siglo XVIII, con escudos nobiliarios sobre las portadas. Así, la de los Beladíez Truxillo en la plaza Mayor; la de Juan Recacha, cerca de la iglesia, y otra con gran escudo de la Inquisición. La iglesia parroquial presenta algunos restos, en su estructura interna y en detalles del exterior, de época románica, como por ejemplo el gran arco sobre el presbiterio y el correspondiente ábside. Lo demás es moderno, del siglo XVIII. De esta época es la talla del llamado ?Cristo del Miserere? y un altar con pintu-ras fundado por Juan Recacha. En el suelo del presbiterio está el enterramiento, cubierto por tallada lápida y escudo nobilia-rio de algunos miembros de la familia Beladíez Truxillo. Guarda esta iglesia también una grande y estimable obra de orfebrería, que es una lámpara votiva. Al sur del pueblo, sobre una pequeña colina, se alzan los restos mínimos de un antiguo castillete, que ya sirvió de forti-ficación a moros y cristianos. Hoy está convertido en palo-mar, pero es buen ejemplo de torre vigía en lugar de paso y caminar frecuente. En su término, en el valle del Cañamares, unos tres kiló-metros antes de llegar a este último pueblo, aún se ve la ermita de Nuestra Señora del Puente, que según la tradición es lo único que quedó de un antiguo poblado abandonado por haberlo invadido las hormigas.

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